Sobre la gestión presidencial y la administración pública: Miguel Sanchiz Jr.
- Miguel Sanchiz, Jr.
- 9 oct 2016
- 3 Min. de lectura

Sobre la gestión presidencial y la administración pública: Miguel Sanchiz, Jr.
El papel fundamental del administrador público es tomar decisiones para la sociedad, con el único fin de garantizar un beneficio social utilizando estrategias, como el abastecimiento de servicios públicos, la educación, la salud, entre otros.
La palabra “administración pública” es un término proveniente del latín ad-ministrare, que significa servir, o de ad manus trahere que alude a la idea de manejar o gestionar. Hace referencia a la organización integrada por un personal profesional, dotada de medios económicos y materiales públicos, que pone en práctica las decisiones tomadas por la sociedad, que en un sistema representativo se realizan a través del gobierno.
La administración pública es el brazo ejecutor del gobierno, es la pieza fundamental que le da capacidad operativa al mismo. El que busca dirigir el progreso del país, con el fin de satisfacer las necesidades de los ciudadanos de manera eficiente y eficaz.
La administración pública, por sus funciones y lo que envuelve, es de gran importancia para la sociedad civil. En cuanto a este término como tal, se puede definir en pocas palabras a la sociedad civil como la esfera de relaciones entre individuos, externas a las relaciones que se desarrollan dentro de las instituciones estatales. Es decir, es el campo en el que se desarrollan los conflictos económicos, ideológicos, sociales y religiosos, que el Estado tiene la obligación de solucionar.
A lo largo del periodo de gestión de un presidente, la sociedad mide su efecto de muchas maneras, una de ellas es a través de las ahora famosas encuestas. La “percepción” que tiene la sociedad civil al final de este período definirá si una gestión es “divina o digna de olvido”, como lo planteó Ramón Mendoza en un muy interesante artículo de opinión publicado el pasado 5 de octubre en esta sección.
En la antigüedad, aquellos individuos que deseaban aspirar a ocupar cargos públicos, desde temprana edad se preocupaban por emprender acciones nobles que les dieran reputación, prestigio u honor, para gozar de la credibilidad y la confianza de la gente con la que convivían.
Estos individuos, al momento de promoverse para un cargo de elección, se vestían de blanco. La razón por la que vestían de blanco tiene un carácter simbólico, pues este color significa pureza, palabra que se traduce en candidez o cándido y, precisamente, aquel que aspiraba a un cargo público debía ser el más puro, el más limpio, el mejor, el más cándido. Y así, de ser un cándido se convertía en candidato. He aquí el origen de ese concepto.
Los valores deseables en todo servidor público conforme a los valores y criterios éticos son: el bien común, capacidad para el cargo y el compromiso con la sociedad; la comunicación; la equidad y el respeto de género; el espíritu de servicio; la franqueza y honestidad; la innovación; la lealtad a la Constitución; la rectitud, responsabilidad, sencillez y sensibilidad; el sentido de justicia, templanza, tolerancia y transparencia.
La suma de estos valores nos da por resultado hombres de honor, que tienen por principio de vida la virtud.
Un estudiante le preguntó al maestro Confucio: “¿Cómo es posible para alguien en función de gobierno conducirse de una manera virtuosa y moral?”.
A lo que el maestro le respondió: “Aquellos que siguen el camino en compañía de otros no se rebajan a nada impropio. Como son inflexibles por lo que valen, permanecen en medio y no se inclinan hacia ningún lado y no participan en nada en que no puedan ser sinceros consigo mismos. Si tienen una posición alta, no tratan con desprecio a los que están por debajo de ellos; si ocupan un nivel inferior, no usan ninguna artimaña para obtener los favores de sus superiores. Se corrigen a sí mismos y no culpan a los demás; no se sienten insatisfechos. Por un lado, no tienen algún resentimiento contra el hombre y, por lo tanto, viven con tranquilidad”.
Esto garantiza la gestión “divina” de la que escribe Mendoza.
El autor es asesor de comunicación
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