Populismo y Política: Miguel Sanchiz Jr.
- Miguel Sanchiz Jr.
- 8 dic 2016
- 3 Min. de lectura

Populismo y Política: Miguel Sanchiz Jr.
Publicado en Sección Opinión de La Prensa. 8-dic-2016.
En España, Francia, Grecia, Italia e Inglaterra, países a los cuales se sumó recientemente Estados Unidos, hemos visto el crecimiento de variados movimientos con características similares: se erigen como defensores de los derechos del pueblo frente a una elite que ignora sus auténticos intereses; recurren en sus campañas a valores éticos como la justicia social, la grandeza de un pasado perdido y la idea de un pueblo honrado y justo, denunciando, de paso, la decadencia moral, la corrupción y la injusticia.
En estos momentos, todos somos testigos de esta la exitosa ascensión de estos movimientos políticos de corte populista, que prometen cambios radicales al status quo en nombre del pueblo y sus derechos, y que utilizan una retórica nacionalista para sumar adeptos y que canalizan el resentimiento, la amargura y la frustración que la gente suele experimentar durante una crisis económica y frente a una creciente ola de escándalos de corrupción política y económica.
Además, con el declive del viejo consenso oficial sobre los valores de una nación cristiana y la legitimación del pluralismo, las instituciones que ordenan la sociedad han tenido que afrontar una sociedad cada vez más dividida sobre cuestiones morales y de organización social.
El populismo ha triunfado una y otra vez porque nuestra cultura no está preparada para responder de manera inteligente y sensata al surgimiento de este fenómeno en su propio seno.
No tenemos la costumbre de discutir con nuestros conciudadanos de modo abierto y matizado sobre los valores éticos. Por ende, no sabemos dar una respuesta ponderada y sincera a los discursos políticamente incorrectos y a veces extremistas del populista. Cuando el populista comienza a ganar terreno, los representantes de la cultura dominante lo desprecian por su falta de realismo político, o le acusan de amenazar nuestra civilización con sus lemas intolerantes y que se oponen a todo consenso medianamente aceptado.
Lo descartan como un fanático que no merece su atención. Y un buen día, se dan cuenta de que este fanático está respaldado por una porción nada despreciable de sus conciudadanos. Y si discrepan con sus principios morales y políticos, ya es demasiado tarde para debatir con él, porque ha sacado a su país de Europa (Brexit) o lo ha instalado en el Despacho Oval de la Casa Blanca.
Los discursos políticos y mediáticos han tendido a esquivar o reducir a fórmulas simplistas y políticamente intencionadas algunas cuestiones cruciales para el futuro. Si no es para defender el status quo o defender las posturas dogmáticas de un partido, generalmente, se tratan los problemas sociales no como retos existenciales sino como problemas técnicos, que se pueden resolver con intervenciones científicas. Se esconden las verdaderas dificultades de la tolerancia y convivencia detrás de afirmaciones vagas del pluralismo, diversidad e inclusión, que parecen decir todo y nada a la vez.
La pobreza de nuestro discurso ético es reforzada por una doctrina de lo políticamente intencionado, que protege ciertas prácticas políticas y creencias morales en modo absoluto de cualquier crítica, con la excusa de que los que se oponen al progreso son consumidos por odio o que sus juicios son invalidados por prejuicios irracionales.
Y aquí es donde entra el populismo, que finalmente pretende echar abajo los dogmas de lo políticamente intencionado y hablar de modo cándido de los valores, preocupaciones y ansiedades de la gente. Así lo hemos visto de modo contundente en el caso de Donald Trump, que ha ganado la estima de una gran parte del pueblo estadounidense desafiando las normas de la corrección política "a lo grande". Populistas como Trump canalizan las frustraciones acumuladas de un pueblo que ha sido privado durante mucho tiempo de un foro público donde expresar y explorar sus inquietudes.
El autor es asesor de comunicación
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